︎Crítica académica en el marco del Máster del MNCARS
Abril de 2019
Título exposición: Volver a casa
Fecha: del 6 de febrero al 6 de mayo de 2019
Dirección: MNCARS. Edificio Sabatini, planta 3, Ronda de Atocha, 2, Madrid
Artista: Horace Clifford Westermann
Comisario: Beatriz Velázquez, Manuel Borja-Villel
Abril de 2019
Título exposición: Volver a casa
Fecha: del 6 de febrero al 6 de mayo de 2019
Dirección: MNCARS. Edificio Sabatini, planta 3, Ronda de Atocha, 2, Madrid
Artista: Horace Clifford Westermann
Comisario: Beatriz Velázquez, Manuel Borja-Villel
Del irse, errar; del volver, habitar
El filósofo alemán Martin Heidegger escribió: “el hombre es en el mundo en la medida en que habita, y habita en la medida en que construye su habitación”. Sobre ese habitar y construirse una habitación pacífica, sobre la muerte que acecha trata la obra del incategorizable artista norteamericano Horace Clifford Westermann (Los Ángeles 1922 – Danbury, Connecticut, 1981), que expone el Museo Reina Sofía hasta el próximo 6 de mayo bajo el título de Volver a casa. La muestra recoge, en algo más de diez salas, ciento treinta obras profundamente singulares en escultura y dibujo, con un sentido cronológico puntualmente interrumpido, y con un fuerte carácter autorreferencial. Una exposición desde la que explorar una relato alternativo del arte estadounidense de posguerra, que es, también, la primera retrospectiva de Westermann en España, donde ha sido hasta la fecha un gran desconocido. Precio que pagan quienes no enfilan el camino predominante de su tiempo. La Terra Foundation for American Art, que ha apoyado esta exposición en el marco del Art Design Chicago, busca así difundir el patrimonio artístico de la ciudad, que con grupos como los Chicago Imagists, fue la clara competidora de las tendencias artísticas neoyorquinas durante la segunda mitad del siglo XX.
Irse, y errar -en su tercera acepción-, es casi lo que con más frecuencia hizo Westermann a lo largo de su vida. En la biografía del angelino leemos que trabajó con trenes en el Pacífico Noroeste, que se alistó a la Marina americana al estallar la Segunda Guerra Mundial, sirviendo a bordo del USS Enterprise como artillero antiaéreo en las campañas del Pacífico, de Guadalcanal y en la batalla de Midway. Que participó en la Guerra de Corea, cuando decidió abandonar definitivamente el ejército y adoptar una posición antimilitarista. Integró un dúo de acróbatas, lo que le llevó de gira por el sudeste asiático, y hasta ejerció de carpintero temporalmente, oficio que le “ponía de los nervios”, según él mismo declaró. Con la piel marcada por cientos de miles de kilómetros recorridos y varias heridas de guerra, Westermann se matriculó por segunda vez en la Escuela del Instituto de Arte de Chicago con casi treinta años, comenzando una carrera artística que no cesaría hasta su muerte en 1981.
Es en el punto de su producción de comienzos de los años cincuenta, donde arranca esta muestra retrospectiva de temática incómoda pero cautivadora por el gran virtuosismo y extraordinaria calidad de las obras que la conforman. Alejado artísticamente de las corrientes predominantes de su tiempo, como el arte minimalista, el Pop art o el expresionismo abstracto, y geográficamente, desde un pueblo de Connecticut, Westermann ha sido conocido como el ‘ebanista virtuoso’, capaz de trabajar con preciosismo materiales como el metal de The Evil New War God (1958), o de Jack of diamonds (1981), el vidrio, la madera de su alabado monumento funerario Memorial to the Idea of Man If He Was An Idea o de la también antropomórfica talla He-whore (1957). Pero también el latón, oro, hierro, aluminio, y otros soportes.
Tras una primera sala de obra pictórica que respira Bauhaus y vanguardia europea hija del exilio, nos topamos con los primeros productos de los horrores de la guerra vividos, que indudablemente marcaron su trabajo, aunque de forma menos explícita y más amable que en las insoportables pinturas de su coetáneo y también veterano de guerra Leon Golub. Así, encontramos la famosa serie de Death ships, recurrente durante toda su carrera y de motivación evidente. Estos barcos de diversa naturaleza están destinados a la tragedia: navegan errantes, sin tripulación, otros sin mástil, rodeados por aquellos escalofriantes satélites que eran los tiburones del Pacífico, y de cuya compañía disfrutaron cientos de sus compañeros.
Pero a pesar de ser un artista del margen, hoy existe cierto consenso sobre su influencia en el movimiento del arte funk que nació en la Bahía de San Francisco en los sesenta, o en posteriores generaciones de artistas neodigitales o de grafiti. Otros influenciados fueron Ruscha, Koons, o KAWS, quien de hecho es el propietario de algunas de las obras de esta muestra, y productor ejecutivo de un documental sobre el artista. En 1961, Westermann integró la selección de artistas del libro New Images of Man, que recogía grandes nombres de la figuración alternativa y que rezaba en su prefacio: “Estos artistas son conscientes de la angustia y el temor, de la vida en la que el hombre, precario y vulnerable, se enfrenta al precipicio, de la muerte y de la vida (...) Estas imágenes suelen ser aterradoras en su angustia”.
La obra de Horace Clifford Westermann trata, después de haber errado por medio planeta, de un habitar que progresa acompañado por el lento morir en vida. Aquella frase que escuchó decir a un suicida “I’m goin’ home” impactó decisivamente en la reflexión de su obra: la conquista del hogar únicamente llegaría con la muerte.
Mientras tanto, solo nos quedará errar, irnos para luego volver y construirnos un refugio lo más inofensivo y tranquilo posible. Ya lo dijo Enrique Vila-Matas: lo correcto, pase lo que pase, siempre es marcharse.︎
El filósofo alemán Martin Heidegger escribió: “el hombre es en el mundo en la medida en que habita, y habita en la medida en que construye su habitación”. Sobre ese habitar y construirse una habitación pacífica, sobre la muerte que acecha trata la obra del incategorizable artista norteamericano Horace Clifford Westermann (Los Ángeles 1922 – Danbury, Connecticut, 1981), que expone el Museo Reina Sofía hasta el próximo 6 de mayo bajo el título de Volver a casa. La muestra recoge, en algo más de diez salas, ciento treinta obras profundamente singulares en escultura y dibujo, con un sentido cronológico puntualmente interrumpido, y con un fuerte carácter autorreferencial. Una exposición desde la que explorar una relato alternativo del arte estadounidense de posguerra, que es, también, la primera retrospectiva de Westermann en España, donde ha sido hasta la fecha un gran desconocido. Precio que pagan quienes no enfilan el camino predominante de su tiempo. La Terra Foundation for American Art, que ha apoyado esta exposición en el marco del Art Design Chicago, busca así difundir el patrimonio artístico de la ciudad, que con grupos como los Chicago Imagists, fue la clara competidora de las tendencias artísticas neoyorquinas durante la segunda mitad del siglo XX.
Irse, y errar -en su tercera acepción-, es casi lo que con más frecuencia hizo Westermann a lo largo de su vida. En la biografía del angelino leemos que trabajó con trenes en el Pacífico Noroeste, que se alistó a la Marina americana al estallar la Segunda Guerra Mundial, sirviendo a bordo del USS Enterprise como artillero antiaéreo en las campañas del Pacífico, de Guadalcanal y en la batalla de Midway. Que participó en la Guerra de Corea, cuando decidió abandonar definitivamente el ejército y adoptar una posición antimilitarista. Integró un dúo de acróbatas, lo que le llevó de gira por el sudeste asiático, y hasta ejerció de carpintero temporalmente, oficio que le “ponía de los nervios”, según él mismo declaró. Con la piel marcada por cientos de miles de kilómetros recorridos y varias heridas de guerra, Westermann se matriculó por segunda vez en la Escuela del Instituto de Arte de Chicago con casi treinta años, comenzando una carrera artística que no cesaría hasta su muerte en 1981.
Es en el punto de su producción de comienzos de los años cincuenta, donde arranca esta muestra retrospectiva de temática incómoda pero cautivadora por el gran virtuosismo y extraordinaria calidad de las obras que la conforman. Alejado artísticamente de las corrientes predominantes de su tiempo, como el arte minimalista, el Pop art o el expresionismo abstracto, y geográficamente, desde un pueblo de Connecticut, Westermann ha sido conocido como el ‘ebanista virtuoso’, capaz de trabajar con preciosismo materiales como el metal de The Evil New War God (1958), o de Jack of diamonds (1981), el vidrio, la madera de su alabado monumento funerario Memorial to the Idea of Man If He Was An Idea o de la también antropomórfica talla He-whore (1957). Pero también el latón, oro, hierro, aluminio, y otros soportes.
Vista de la segunda sala, presidida por la obra Memorial to the Idea of Man If He Was An Idea (1958) |
Tras una primera sala de obra pictórica que respira Bauhaus y vanguardia europea hija del exilio, nos topamos con los primeros productos de los horrores de la guerra vividos, que indudablemente marcaron su trabajo, aunque de forma menos explícita y más amable que en las insoportables pinturas de su coetáneo y también veterano de guerra Leon Golub. Así, encontramos la famosa serie de Death ships, recurrente durante toda su carrera y de motivación evidente. Estos barcos de diversa naturaleza están destinados a la tragedia: navegan errantes, sin tripulación, otros sin mástil, rodeados por aquellos escalofriantes satélites que eran los tiburones del Pacífico, y de cuya compañía disfrutaron cientos de sus compañeros.
Algunas de las litografías de la serie See America First (1968) |
Pero a pesar de ser un artista del margen, hoy existe cierto consenso sobre su influencia en el movimiento del arte funk que nació en la Bahía de San Francisco en los sesenta, o en posteriores generaciones de artistas neodigitales o de grafiti. Otros influenciados fueron Ruscha, Koons, o KAWS, quien de hecho es el propietario de algunas de las obras de esta muestra, y productor ejecutivo de un documental sobre el artista. En 1961, Westermann integró la selección de artistas del libro New Images of Man, que recogía grandes nombres de la figuración alternativa y que rezaba en su prefacio: “Estos artistas son conscientes de la angustia y el temor, de la vida en la que el hombre, precario y vulnerable, se enfrenta al precipicio, de la muerte y de la vida (...) Estas imágenes suelen ser aterradoras en su angustia”.
La obra de Horace Clifford Westermann trata, después de haber errado por medio planeta, de un habitar que progresa acompañado por el lento morir en vida. Aquella frase que escuchó decir a un suicida “I’m goin’ home” impactó decisivamente en la reflexión de su obra: la conquista del hogar únicamente llegaría con la muerte.
Mientras tanto, solo nos quedará errar, irnos para luego volver y construirnos un refugio lo más inofensivo y tranquilo posible. Ya lo dijo Enrique Vila-Matas: lo correcto, pase lo que pase, siempre es marcharse.︎